Por Wanda Espinal
El otro día, me tomé una foto con la cámara del celular y me sentí bella. Unos minutos después, experimenté con los filtros de una red social y, sin duda, la foto editada me gustó más. Obviamente, fue la que decidí compartir.
Los comentarios positivos no se hicieron esperar, lo cual me hizo sentir genial. Sin embargo, con el paso de los días, comencé a reflexionar sobre esta experiencia.
Los filtros son herramientas poderosas que pueden transformar drásticamente nuestra apariencia. Suavizan las líneas de expresión, aclaran la piel, maquillan y realizan muchos otros cambios que, en ocasiones, nos alejan de nuestra realidad física. Los comentarios positivos que recibimos en las redes sociales actúan como un refuerzo positivo, haciéndonos sentir bien con nosotros mismos y validando la imagen que proyectamos.
No obstante, es importante recordar que la belleza es subjetiva y que los estándares de belleza impuestos por las redes sociales suelen ser poco realistas e inalcanzables. La constante exposición a imágenes editadas puede generar una distorsión de nuestra percepción sobre lo que es considerado bello, lo que a su vez puede llevar a la insatisfacción con nuestra propia apariencia.
Las redes sociales se han convertido en una extensión de nuestra identidad. La imagen que proyectamos en línea influye en cómo nos perciben los demás y, en cierta medida, en cómo nos percibimos nosotros mismos. Si bien utilizar filtros puede ser divertido y una forma de expresión, es crucial ser conscientes de los posibles efectos psicológicos que puede tener.
Cuando el uso de filtros se convierte en una necesidad para sentirnos bien o para ocultar nuestra apariencia real, es momento de reflexionar sobre nuestra relación con la imagen corporal y las redes sociales. Es fundamental cultivar una autoestima saludable que no dependa de la validación externa y aprender a aceptar nuestra belleza natural.
La verdadera belleza está en lo diferente.