Por: Wanda Espinal.
El otro día , durante las eucaristías propias de Semana Santa, algo que sucedió me dejó una sensación de impotencia.
Ante todo, quiero dejar claro que escribo esto con el mayor respeto hacia la Iglesia y sus tradiciones.
Una persona que estaba sentada a mi lado comentó que tendría que casarse por la iglesia con su esposo para poder comulgar. Escuchar esto captó mi atención y, como le tengo un poco de confianza, decidí aprovechar el momento para compartirle mi opinión al respecto. Ahora la comparto con ustedes.
Sé que la Iglesia tiene sus tradiciones y normas, pero también considero que éstas deberían renovarse en ciertos aspectos, como por ejemplo, la comunión.
Siempre he escuchado que sólo las personas casadas por la Iglesia podían comulgar, entre otros requisitos. Y siempre se ha condenado a quienes tienen relaciones íntimas antes del matrimonio o a quienes se unen por lo civil o en unión libre. Sin embargo, no estoy totalmente de acuerdo con esta postura. Para mí, comulgar es un símbolo muy personal e interno del respeto de cada individuo hacia Dios y Jesús. Es la forma de sellar esa comunión íntima que se tiene con la fe, independientemente del estado civil.
Durante mi reflexión con esta persona, le explicaba que hay muchos que no cumplen con esos requisitos eclesiásticos, pero su corazón es humilde, no dañan a nadie, hacen el bien y practican la solidaridad, la unión y la fe.
Después de escucharme, me respondió: “E’ veida’, porque hay personas que uno sabe que hacen cosas malas y aun así uno las ve comulgar, o son personas que viven criticando la ropa con la que uno viene y hablan de la vida de otras personas. Y yo creo que eso debería ser más condenado que lo otro”.
Hasta ahí llegó nuestra breve conversación, pero sentí que ambos nos quedamos con muchas dudas y quizás con la necesidad de que alguien con conocimiento sobre la fe, la iglesia y sus normas nos ofreciera más luz sobre el tema.