Por Wanda Espinal
El otro día, estaba en una capacitación, y cuando llegó el momento de compartir el almuerzo, me di cuenta de que la gente jode.
Una de las personas que estaba en la mesa, éramos seis o siete, cuando llegó con su plato del almuerzo comenzó a desechar el arroz y a ofrecérselo a los demás. Yo pensé, si no consume arroz, ¿para qué se lo había servido?
Al cabo de unos minutos ofrecieron agua y refresco, la persona en cuestión pidió agua, pero cuando llegaron los refrescos de los demás, cogió un poco de cada uno hasta que llenó un vaso de 12 onzas aproximadamente. Mientras se tomaba el refresco decía: “Bueno, yo no debería tomar esto, porque hace daño”… se intercambiaron miradas entre todos los de la mesa. Ya el ambiente estaba pesado.
La conversación fluyó, hasta que llegó el postre. Había tres variedades, y cuando yo iba a coger el mío, me dijo con mucho ímpetu: “Tú no deberías comer postre, porque vas a engordar más”. Mi indignación iba en crecimiento, pero respiré profundo, disfruté de aquel dulce de coco con leche, y dejé que todo siguiera su curso.
Tres días después, y luego de mucho reflexionar, orar y hacer conciencia, tomé la decisión de escribirle privado.
En el texto le decía que agradecía que se preocupara por mí, pero que su comportamiento no fue el adecuado, y menos estando delante de otras personas. También le recomendé que reconsiderara el tono en el que decía las cosas, que no me había sentido bien y que fue un momento muy incómodo.
Su respuesta fue: “Entiendo, gracias”.
La vida ha seguido su curso, y espero que así continúe.
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