Por. Ana Vargas
Hay momentos en la vida en que Dios no utiliza palabras para hablarnos, sino gestos, situaciones o personas. A veces, su voz se disfraza de coincidencia, de acto de amor o incluso de una lección dura. Pero ahí está Él, hablándote sin ruido, sin espectáculo, mientras tú estás esperando un milagro que quizá ya ocurrió, solo que no lo has reconocido.
Nos acostumbramos a creer que los milagros deben ser grandes, sorprendentes o sobrenaturales. Esperamos que el cielo se abra o que algo fuera de lo común nos sacuda. Sin embargo, Dios actúa en lo cotidiano: en una palabra de consuelo, en alguien que llega justo cuando lo necesitas, en una puerta que se cierra para que otra mejor se abra. Esa es su manera sutil de decirte: “Estoy aquí”.
El problema es que muchas veces estamos tan enfocados en pedir señales, que olvidamos observar lo que ya nos está mostrando. Nos empeñamos en buscar milagros, cuando los milagros ya nos rodean. La sonrisa de un niño, la paz después de una tormenta, la salud que vuelve, o el simple hecho de despertar cada mañana… son respuestas divinas que a menudo pasamos por alto.
Dios no siempre responde con ruido; su lenguaje es el silencio con propósito. A veces permite que otros actúen en su nombre: una persona que te tiende la mano, alguien que te perdona o te enseña paciencia. Esas acciones no son casualidad, son mensajes celestiales que llegan envueltos en humanidad.
Cuando entiendes esto, tu forma de mirar cambia. Empiezas a notar la presencia de Dios en los gestos más pequeños, y dejas de exigir pruebas para empezar a agradecer señales. Es ahí cuando la fe madura, cuando ya no necesitas ver para creer, sino que crees y por eso ves.
Dios no deja de hablarte; somos nosotros quienes a veces dejamos de escuchar. La prisa, el orgullo o la desconfianza nos ciegan ante su obrar. Pero si decides aquietar tu corazón y mirar con ojos espirituales, te darás cuenta de que Él siempre estuvo guiando tus pasos, incluso cuando pensabas que caminabas solo.
Así que no busques milagros en los lugares imposibles; míralos en lo simple, en lo humano, en lo que te rodea. Porque cuando Dios se encarga de hablarte por medio de las acciones de los demás, lo hace para recordarte que su amor está vivo, constante, y que los verdaderos milagros suceden todos los días, aunque a veces no los veas como tal.