A casi medio siglo de su muerte, la profética visión del poeta Héctor Incháustegui Cabral se hace latente en la realidad social dominicana como una premonición de nuestra mejor literatura.
Nadie discute la elevada calidad estética en la obra del escritor, diplomático e intelectual nacido en Baní el 25 de julio de 1912 y fallecido el 5 de septiembre del 1979, en momentos en que el ciclón David y la tormenta Federico dejaban sus estragos en el territorio nacional.
La voz vibrante de otro poeta, Tony Raful, anunciaba en las emisiones radiales de aquellos días aciagos el deceso del bardo banilejo que, a su juicio, tuvo que ver con la angustia que le provocaron las tragedias ocasionadas por los fenómenos atmosféricos.
Incháustegui Cabral se desempeñaba como secretario personal del entonces presidente Antonio Guzmán Fernández. El poder en el que vivió parte de su vida no logró extinguir ese sentimiento de tristeza en toda su obra poética.
El autor de “Poemas de una sola angustia” llega a expresar un claro desprecio al hedonismo que se arrodilla ante el oropel como fundamento de la vida.
Su dilema existencial está presente en el contraste entre la holgura del quehacer diplomático marcado por el confort y la crítica al placer de sus ambientes alejados de toda precariedad: “Mientras el hombre tenga que arrastrar/enfermedades y hambre, /y sus hijos se esparzan por el mundo/como insectos dañinos, / y rueden por montañas y sabanas,/ extraños en su tierra, /no deberá haber sosiego/ ni deberá haber paz, / ni es sagrado el ocio/ y que sea la hartura castigada…”.
El mismo funcionario que ocupara importantes posiciones en diferentes gobiernos, desde la Era de Trujillo hasta la llegada a la presidencia Guzmán Fernández, fue el poeta que sentenció: “Mientras haya promiscuidad en el triste aposento campesino/ y solo se coma por las noches, / a todo buen dominicano hay que cortarle los párpados/ y llevarle por extraviadas sendas,/ por los ranchos,/ por las cuevas infectas/ y por las fiestas malditas de los hombres…”. Inchaustegui Cabral desempeñó funciones diplomáticas en Cuba, México, Ecuador y El Salvador. También encabezó el Instituto de Cultura Hispánica, fue subsecretario de Relaciones Exteriores, director de Radio Televisión Dominicana, presidente de la Corporación de Fomento Industrial y director de Bellas Artes y Cultos. Trabajó en la redacción de los periódicos La Nación, Listín Diario y La Opinión, llegando a ocupar la dirección de este último diario. Durante El Triunvirato, fungió como embajador en Brasil.
Entre las obras más importantes del autor de Canto Triste a la Patria bien Amada se resaltan: Rumbo a la Otra Vigilia; En Soledad de Amor Herido; De Vida Temporal; Canciones para Matar un Recuerdo; Soplo que se Va y que no Vuelve; Versos; Muerte en el Edén; Casi de Ayer; Las Ínsulas Extrañas; Rebelión Vegetal y otros Poemas Menos Amargos; Por Copacabana Buscando; Diario de la Guerra y los Dioses Ametrallados. En el género ensayo se destaca El Pozo Muerto y, en el teatro, Con Miedo en un Puñado de Polvo.
Ese elemento de humor dominicano presente en El Pozo Muerto, donde llega a relatar travesuras juveniles junto a su primo, el patriarca del periodismo Rafael Herrera Cabral, también orgulloso de su Baní bucólico y provinciano.
Pudiéramos afirmar que Incháustegui Cabral es el arquetipo del intelectual en crisis existencial con su tiempo.