raúl rodríguez la o.
Ahora que el pueblo natal del general Máximo Gómez se propone designar con su nombre la provincia que reúne sus municipios, quienes nos sentimos felices con esa iniciativa legislativa dominicana, desde Cuba aportamos nuestras motivaciones y agradecimientos para ver realizado ese justo reconocimiento.
Gómez Báez nació el 18 de noviembre de 1836 en Baní, República Dominicana y falleció el 17 de junio de 1905 en el barrio El Vedado, La Habana, Cuba. Sus padres fueron Andrés Gómez Guerrero y Clemencia Báez Pérez. Procedente de su tierra natal llegó a Cuba por primera vez acompañado de su madre y dos hermanas, María de Jesús y Regina Gómez, en julio de 1865.
Con sus familiares se estableció en El Dátil, pequeño poblado cerca de la ciudad de Bayamo en la parte oriental de la Isla. Ante las injusticias que presenció allí y según él mismo relatara después, comenzó a conspirar y se sumó como combatiente y con grado de sargento a la primera guerra de independencia cubana, iniciada el 10 de octubre de 1868, por el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, en el ingenio Demajagua, en Manzanillo, Oriente (en el territorio correspondiente a la actual provincia Granma).
Desde los primeros momentos de su incorporación al Ejército Libertador, ocurrido el 16 de octubre del mismo año del alzamiento, se destacó por sus cualidades y conocimientos militares, y fundamentalmente por su valentía y lealtad a la causa cubana. Fue él precisamente el protagonista principal de la primera carga al machete, en Pinos de Baire, y se conoce el importante papel representado por esa arma en las guerras de independencia. Pronto alcanzó el grado de Mayor General, convirtiéndose en leyenda y terror de los colonialistas españoles. Bajo sus órdenes se forjaron y educaron importantes jefes cubanos, como los generales Antonio y José Maceo, y Calixto García, entre otros destacados combatientes.

Aparte de sus extraordinarias cualidades militares, fue también un buen escritor, de estilo único y gran poder de síntesis, resultando en la práctica un cronista de la guerra, como prueban su “Epistolario”, su “Diario de Campaña” y las circulares y partes militares, así como pasajes y relatos sobre acontecimientos y figuras de la contienda.
Por eso es justo verlo como un hombre de ideas que luchó por ellas y por Cuba con las armas y la pluma, por lo que José Martí, quien tanto lo admiró, al comentar un escrito suyo titulado “El Héroe del Naranjo”, escribió en Patria, correspondiente al 16 de abril de 1892, un comentario muy elogioso bajo el título “Del general Máximo Gómez”, donde entre otras cosas, afirma:
“El folleto del general Gómez, conmovedor y conciso, es buena prueba de que una misma mano puede mover la pluma y la espada. La narración es un arranque de justicia, y toda ella parece escrita a caballo, con el afecto misterioso que junta a los que hombro a hombro, en la hora de lo sobrenatural, se vieron dignos de ella. Las páginas rebosan en aquel amor de padre por sus segundos que afianza al jefe en el corazón de los que han de ayudarle a vencer, y en la admiración del hombre genuino por la virtud sencilla y verdadera”.
Durante esa primera guerra de independencia que duró diez años y finalizó en 1878 luego de la firma del Pacto del Zanjón sin que los cubanos pudieran alcanzar la victoria y a pesar de la gloriosa Protesta de Baraguá, protagonizada por el general Antonio Maceo el 15 de marzo de ese año, Máximo Gómez llegó a ocupar el cargo de Secretario de la Guerra del Gobierno en Armas. Pero no estuvo de acuerdo ni participó en el Pacto del Zanjón razón por la cual decidió abandonar Cuba. En su Diario de Campaña correspondiente al 6 de marzo de 1878, día en que partió rumbo a Jamaica en el buque español “Vigía”, escribió sobre ese triste momento: “Son las seis de la tarde y vamos a perder a Cuba de vista, quizás para siempre. ¿Cuál será mi destino después que he sufrido tanto y tanto en esta tierra en pos de la realización de un ideal que ha costado tanta sangre y tantas lágrimas? ¡Adiós, Cuba, cuenta siempre conmigo mientras respire –tú guardas las cenizas de mi Madre y de mis hijos –y siempre te amaré y te serviré!”. Sobre esa importante decisión suya de ausentarse del país, escribió en unos relatos redactados en Honduras en 1881 y dedicados a su hija Clemencia, lo siguiente:

“No quise yo quedarme en Cuba; no era decoroso para mí vivir en paz bajo la bandera que había combatido, y tomé el camino del destierro con los harapos de la pobreza más absoluta y mi mujer y tres niños, contando Francisco tres años próximamente. Caímos como náufragos en una tierra desconocida para nosotros, y era ‘nada menos’ que Jamaica, colonia inglesa. Los que conocen aquello sabrán entender lo que quiere decir ese ‘nada menos’. Como Dios está siempre detrás de los hombres para castigarlos o premiarlos, sólo a él debo que mis hijos no se murieran de hambre. Vivimos un tiempo allí, después me recogió Honduras – que amo tanto como á Santo Domingo y á Cuba ; más tarde pasamos a Nueva Orleans; después, volvimos a Jamaica, y finalmente fui a plantar mi tienda á Santo Domingo. De tumbo en tumbo, allí, a mi tierra, fui a parar, después de rodar un poco – sin éxito puedo decir – pero eso sí, sin descuidar nunca la educación de mis hijos. Ya éramos nueve: siete hijos, el mayor de los varones Francisco; y curiosa circunstancia: mi casa representa un conjunto de nacionalidades; unos son cubanos, otros ingleses, otros americanos, y no hay más dominicanos que yo y la predilecta de la familia, la última nacida: Margarita.”
Igualmente en esos mismos relatos dedicados a su hija Clemencia y escritos en Honduras, en 1881, al recordar algunos pasajes de la guerra de 1868 a 1878 y su familia, escribió:
“Un lazo más vino a unirme fuertemente a la causa de Cuba que desde entonces consideré como mía. Conocí a tu madre, la amé, y segura ella de la sinceridad de mi afecto, me amó también y bien pronto nos unimos.
Desde entonces fui más feliz, con la esperanza de que tendría una segunda patria si el triunfo era seguro, como debía esperarse; pero ¡ay! El destino otra cosa nos tenía reservado(…) Diez años de constantes combates y llenos de miles y miles de peripecias horribles y sangrientas, duró la guerra, y allí, en medio de tantos peligros y zozobras, viste tú la luz: allí en los campos libres de Cuba, naciste bajo el humo de las batallas. La estrella solitaria alumbró tu cuna.

Tu madre jamás quiso abandonarme y me seguía a todas partes. ¡Cuánto no pasaría! (…) Nada es comparable con el amor de una madre”.
Y así como corroboran estos escritos suyos vamos a ver durante toda la vida del general Máximo Gómez al patriota íntegro y leal a la causa independentista de nuestra Patria, inseparablemente unida a su amor y dedicación a su esposa cubana, Bernarda Toro y a sus hijos surgidos de esa unión y de otras relaciones anteriores en República Dominicana, así como a su padre, madre, hermanas y demás familiares y amigos.
Ya en la emigración durante la segunda guerra de independencia cubana y denominada Guerra Chiquita (1879- 1880) no participó por considerarla prematura y por lo tanto sin posibilidad de éxito como así le manifestó en su momento al general Calixto García, principal jefe de esa contienda bélica.
Luego, al llamado de la emigración revolucionaria cubana en los Estados Unidos, encabezó junto al general Antonio Maceo un nuevo movimiento independentista, conocido como “Plan Gómez-Maceo” y que se desarrolló desde agosto de 1884 hasta septiembre de 1886 cuando el propio general Gómez lo dio por finalizado al no haber podido enviar ninguna expedición armada a Cuba en ese período.
Es en esa década de 1880 cuando visita nuevamente su tierra dominicana luego de tantos avatares y vicisitudes e incluso sufre prisión injusta en su propio país, se encuentra con algunos familiares y amigos que había dejado antes de su partida a Cuba por primera vez, sobre todo con su hija Ignacia Gómez y Castillo a quien no veía desde que tenía meses de nacida y ahora pasaba de los 20 años. Veamos algunos fragmentos de cartas que le escribió a esa hija, fruto de sus primeros amores y a quien quiere recuperar luego de tan larga separación sin haberla podido atender personalmente como hubiera deseado:

“No me gusta retratarme, pero solo por ti voy a hacerlo y mandártelo en la próxima ocasión. Espero que tú harás lo mismo (…) No quiero que me trates de Ud. sino de tú, pues me parece que con el Ud. no me quieres”. (Nueva Orleans, 17 de noviembre de 1884)
“Mi queridísima hija mía: Ayer, o digo hace cuatro o cinco días te escribí. Hoy lo hago otra vez, remitiéndote dos ejemplares de una novelita (se refiere a “Cecilia Valdés”, novela del cubano Cirilo Villaverde) que creo te agradará leer; por ella, es pues, puramente histórica, conocerás algo, quizás mucho, de la historia del país a que me encuentro ligado.
Te mando dos libros, uno para que lo conserves como un recuerdo mío, y el otro para que lo dediques a alguna amiga, predilecta tuya o a quien quieras” (New Orleans, 21 noviembre de 1884)
“ Mi adorada Ignacita: Te mando 50 pesos para que te compres lo que te haga falta para tu traje de retrato pues quiero que te pongas bien bonita. No tengas temor de gastar en tus caprichos de tocador que tengo que darte más tan pronto realice unas letras que traje. Te quiere tu papá. (Sto. Domingo, 1885)
“Mi querida Ignacia: Tengo la atrevida seguridad de sin saber cómo te fue en el baile, felicitarte por lo bien que habrás pasado la noche, pues para corazones como el tuyo no han debido ser creadas las decepciones ni los desengaños que son los peores enemigos en un salón de baile. Has debido pasar una noche cual la mariposa que revolotea en el jardín alrededor de las flores y al son de la música del céfiro”. (Sto. Domingo, 1885).
Ciertamente esos fragmentos anteriormente citados de las cartas de Gómez a su hija Ignacia Gómez Castillo revelan toda la sensibilidad, amor y preocupación suya por ella y el resto de sus hijos con la cubana Bernarda Toro (Manana), como también lo pudo verificar personalmente más de una vez José Martí en los encuentros con el general junto a su familia en República Dominicana y reflejarlo posteriormente en algunos de sus escritos elogiosos sobre las cualidades extraordinarias y humanas del legendario combatiente internacionalista y padre ejemplar a quien por sus méritos revolucionarios de lealtad y amor a nuestra patria, le ofreció, en su condición de Delegado del Partido Revolucionario Cubano, el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador en nuestra última guerra por la independencia, iniciada el 24 de febrero de 1895. Con él y cuatro patriotas más salieron juntos desde República Dominicana para dirigir la guerra que ambos habían organizado. Fue testigo de la despedida del héroe con su familia el primero de abril del mencionado año de 1895 y pudo apreciar en esos felices y angustiosos instantes y durante el trayecto hacia Cuba los sentimientos del bravo guerrero que tanto se opuso al imperio español como a la intervención y ocupación de Cuba por los Estados Unidos de Norteamérica, en 1898, y cuestionó siempre la Enmienda Platt que se le impuso por la fuerza a los cubanos como apéndice constitucional.
En carta de abril de 1895, dirigida por José Martí a Bernarda Toro de Gómez, al expresarle lo que sentía y recordaba sobre su familia, le escribió sobre su esposo quien lo acompañaba, entre otras cosas:
“Vamos cosidos unos a otro, el padre y yo, con un solo corazón, y la mayor amistad y dulzura que da la compañía cariñosa en las cosas difíciles. Entre los compañeros no va una sola alma repulsiva ni hostil. El padre va robusto, y con la fe justa que nos anima a todos: de cuando en cuando, sin que nadie más que yo lo note, vuelve los ojos a las costas donde Uds. viven: yo lo noto, porque los vuelvo yo también. Uds. son míos”.
Ese hermoso testimonio anteriormente citado de Martí, se corrobora y complementa con estas otras palabras que en carta de despedida a sus hijos menores, Urbanito, Bernardito, Andresito e Itica, escribiera el general Gómez, fechada en Cabo Haitiano, el 8 de abril de 1895:
“En la madrugada del día primero de abril de 1895, yo me despedí de ustedes sin ustedes saberlo. Yo los besé dormidos y pedí a Dios, que es el gran padre de todo lo que vemos y sentimos, que me guarde y cuide a todos ustedes para cuando yo vuelva que pasemos días muy llenos de contento.
Yo espero que ustedes cuidarán con mucha dulzura y cariño de su mamá, de Clemencia, de sus tías y de Itica. Espero, que en esa casa santa para todos, no se oiga nunca un mal modo, ni una mala palabra, que se respeten unos a otros, y que siendo su mamá, Clemencia y Margarita las reinas de nuestra casa, el brillo de nuestros nombres y donde debe ir a parar todo nuestro amor, es necesario, pues, que a ellas debemos rendirles mucho respeto y consideración.
Yo quiero que ustedes se aprendan esta carta de memoria y que cada uno saque una copia, pues así sé que no me han de olvidar”.
El autor es historiador, investigador y periodista, con dos libros sobre la vida de Máximo Gómez