A nivel global, los presupuestos de defensa de las principales potencias no representan únicamente cifras, sino también prioridades estratégicas. Si se combinan las inversiones de defensa de Estados Unidos, Rusia, China, Francia e Inglaterra, el total supera los 1.371 billones de dólares anuales. Estas sumas colosales podrían emplearse de manera más provechosa si se destinaran a proyectos de paz, cooperación internacional y desarrollo humano, en lugar de alimentar una carrera armamentista que genera efectos devastadores, tanto por el despilfarro de recursos como por la creciente vulnerabilidad económica de los contribuyentes.
Mientras la ciudadanía común continúa sacrificando su bienestar mediante impuestos elevados, los fondos públicos se orientan principalmente a la adquisición de armamento y estrategias bélicas, que perpetúan el ciclo de violencia y destrucción. Si los Estados redirigieran esos recursos hacia programas de cooperación internacional, desarrollo económico o salud pública global, los beneficios serían no solo económicos, sino también sociales, promoviendo un mundo más seguro y próspero.
La persistencia en una política belicista ha demostrado ser un lastre para el progreso de la humanidad. Cambiar de rumbo hacia una paz sostenible constituye el giro radical que el mundo necesita para alcanzar un futuro más equilibrado y justo.
La situación se complejiza aun más si la Unión Europea decide cumplir con su promesa de invertir el 5% de su PIB en defensa militar, lo que elevaría su presupuesto a unos 875 mil millones de dólares anuales. Para poner esta cifra en contexto, supera con creces el gasto que Francia prevé asignar a su propia defensa y superaría la suma combinada de Rusia y China. Este compromiso implicaría una expansión masiva del poder militar europeo, con consecuencias profundas tanto en el ámbito económico como en el social.
Impacto del gasto militar en la economía:
Aunque el gasto en defensa puede fortalecer las capacidades militares, resulta cuestionable su utilidad real. Con el arsenal nuclear existente, la humanidad ya dispone de medios suficientes para su autodestrucción. Además, estas inversiones no generan beneficios comparables a los derivados de áreas como educación, salud o infraestructura.
Invertir 875 mil millones de dólares en armamento en lugar de en desarrollo tecnológico, en infraestructura o salud pública, afectaría directamente a los ciudadanos europeos, quienes ya enfrentan dificultades derivadas de las tensiones y sanciones en contra de Rusia. El aumento del gasto militar podría traducirse en mayores impuestos y una reducción de los recursos disponibles para políticas sociales.
El gasto bélico no mejora la calidad de vida, sino que perpetúa un ciclo de consumo improductivo, desviando recursos de sectores que podrían impulsar un desarrollo económico más inclusivo y sostenible.
Llamado a la acción:
Es imperativo que los pueblos de Europa y del mundo alcen su voz frente a los gobiernos que priorizan el gasto militar sobre las necesidades sociales y el bienestar ciudadano. El financiamiento de la industria armamentista debe ser objeto de escrutinio, pues su contribución al desarrollo humano es nula y, en la mayoría de los casos destructiva. En lugar de invertir en armas de destrucción masiva, debemos resolver las crisis globales mediante la diplomacia preventiva, el diálogo y la cooperación internacional. La historia demuestra que los grandes presupuestos militares no han conducido a una paz duradera, sino que han alimentado el ciclo de violencia y el deterioro de las relaciones entre naciones.
Los recursos destinados hoy a la preparación para la guerra podrían generar beneficios incalculables si se orientan al desarrollo humano, la cooperación global y la protección de medio ambiente.
Es el momento de un nuevo paradigma, de exigir un cambio de prioridades. El futuro de la humanidad no puede seguir atado a la producción de armas ni a la perpetuación del conflicto, sino a la construcción de paz, la prosperidad compartida y el bienestar colectivo. Los ciudadanos del mundo deben hacer oír su voz y, con su voto electoral, demandar que los recursos públicos se utilicen para mejorar la vida de las personas, no para fomentar la destrucción. Solo aquellos gobernantes comprometidos con esta causa noble son merecedores de tú voto.
En ese contexto, resulta pertinente reconocer internacionalmente a los líderes que promueven la agenda de la paz en diversas regiones del mundo. Y quizás sea el momento oportuno para que el presidente Donald Trump, considerado actualmente uno de los principales gestores de paz, evalué el retorno de Estados Unidos a los tratados de control de armas, incorporando a ellos la participación de China.
La inclusión de China en dichos acuerdos resulta esencial, dado que este país ha incrementado de manera significativa su capacidad de producción y modernización de armas nucleares. Su participación permitiría establecer un marco más equilibrado y representativo del poder estratégico global, además de contribuir a frenar una posible carrera armamentista trilateral entre las principales potencias. La responsabilidad compartida en la reducción y verificación de los arsenales nucleares fortalecería la confianza mutua y promovería una estabilidad internacional basada en la cooperación y la transparencia, principios fundamentales para la construcción de una paz duradera.
