Por: Ana Vargas.
Cuidarte no debería ser un acto que dependa de lo que otros piensan o dicen de ti. Es un compromiso personal, una forma de honrarte a ti mismo cada día. No es vanidad ni egoísmo, es amor propio. Cuando te cuidas, te escuchas, te das pausas, te alimentas bien y proteges tu salud emocional, estás diciendo: “soy importante para mí”. Y eso vale más que cualquier opinión externa.
Muchas veces vivimos atrapados en las expectativas de los demás. Hacemos cosas para complacer, para ser aceptados, para evitar críticas. Pero ¿y tú? ¿Dónde quedas tú? La vida no se trata de encajar, se trata de florecer, aun cuando el suelo sea árido. Hay un poder especial en elegirte, en poner límites, en mirar al espejo y decir: “voy por mí, no por lo que esperan de mí”.
Los comentarios negativos llegarán, eso es parte del camino. Pero no estás obligado a cargarlos. Úsalos como peldaños, no como cadenas. Que cada crítica te recuerde que sigues de pie, que sigues creciendo. A veces lo que duele también despierta. Levanta la mirada, que lo que otros ven como defecto, puede ser el detalle que Dios usó para hacerte único.
Dios no se equivocó contigo. Te hizo con un propósito real, lleno de sentido, incluso si ahora no lo comprendes del todo. Tú eres parte de un plan, y no estás aquí por casualidad. Hay luz en ti que otros tal vez no quieran ver, pero eso no cambia el hecho de que brillas. No te apagues por temor a incomodar a los demás. En vez de eso, enciéndete por completo, por ti.
Así que cuídate con intención. Ámate como quien protege un tesoro, porque eso eres. No necesitas demostrar nada, ni buscar aprobación donde no hay afecto sincero. Lo valioso ya está en ti. Lo que eres es suficiente, y lo que sueñas también vale. Camina con fe, con la frente en alto, y recuerda siempre: tú eres el primer y más importante motivo para cuidarte.
Dios te ama.