El no temerle a Dios, el no estar claro en que lo que se siembra es lo se cosecha, que lo que das se te devuelve, que el Señor no se queda con facturas ajenas…, en fin, hacer las cosas creyendo que no hay consecuencia divina es uno de los errores más graves que cometemos. El castigo que nos damos a nosotros mismos, porque Dios es un Dios de amor y no castiga, siempre irá dependiendo de lo que hagamos. Si actuamos dañando a una persona que no se merece tal o cual trato, de seguro que esto nos hará llorar más cuando estemos pagando por ello. Como humanos que somos, cometemos errores, claro que sí, pero éstos no deben afectar a nuestro prójimo.
Con o sin intención
Hay que decir que, aunque hay quienes con sus acciones terminan dañando a alguien, a veces no lo hacen con mala intención. Eso sí, no podemos pasar por alto que también hay quienes hacen maldad sabiendo que está mal su accionar. Van por la vida “trabajando” por sus objetivos y no les importa si para lograrlos trastornan la paz del otro o de otros. Esto sucede en lo laboral, lo profesional, lo sentimental y hasta en lo familiar. Se conducen sin freno y sólo pensando en su “bienestar”. No se detienen a pensar en que quién riendo la hace, llorando la paga.
Un viajecito fabuloso
Observando este comportamiento, quise dar una vuelta por la ciudad fabulosa donde el amor a los demás sobreabunda y es un sentimiento que se cultiva desde la primera infancia. En el hogar se enseñan principios y valores que contribuyen a una formación basada en el afecto y el respeto. Primero hay que amarse a sí mismo para poder dar a otros un amor que evite a toda costa dañarles y, por supuesto, que sea lo suficientemente limpio para no enfrentar las consecuencias que resultan cuando afectamos a alguien sin contemplación. En la casa, en la escuela, en la comunidad y en todos los sectores que conforman este lugar se aprende a tener claro que todo lo que se hace se devuelve: lo bueno con lo bueno y lo malo con lo malo.
Se tiene temor a Dios
En esta ciudad fabulosa se le tiene temor a Dios porque es justiciero y no le gustan los malos tratos entre hermanos, porque eso es lo que somos, hermanos. Es lo que en la realidad deberíamos tener claro antes de dañar a alguien. Engrandecernos no va con esos principios. La humildad y el saber que el Altísimo lo ve todo y lo “anota”, es lo que nos ayuda a no tener que enfrentar las consecuencias de engañar, maltratar, burlar, agredir… a nuestro prójimo. Es también lo que evita que nos apliquen el dicho: “El que la hace riéndose, la paga llorando”.