Ahora que están de moda los estoicos, Séneca, Epíteto y Marco Aurelio se han convertidos en bestsellers postmodernos. El capitalismo es tan hermoso como un gran tiburón blanco, y no sólo se recrea en sus contradicciones (como hacer de la foto del Che Guevara un producto de consumo masivo), sino que las decodifica en clave monetaria y las incorpora a su cadena de valor.
Compadre Mon no era estoico, a lo sumo fue la corporación de los sueños más puros de Manuel del Cabral, quien entrevió en él, todo el saber del cibaeño; o lo que es lo mismo, la sabiduría del dominicano de antaño. Me gusta creer que pensaba en Marco Aurelio o en Heráclito cuando dijo “enséñame, viejo puente, a dejar el río”, pero no. Sé que no pensó en ellos… pero no fue necesario.
Paracelso decía que el conocimiento se encontraba esparcido sobre toda la superficie de la tierra, así como las hojas de los árboles en el otoño. Asimismo, esa sabiduría de dejar pasar el río no necesitaba abrevar en ninguna otra fuente, pues la sabiduría desciende de Dios, y ÉL habita en todos los corazones.
Salomón en sueños sólo pidió a Dios sabiduría para gobernar a su pueblo, cuando bien pudo pedirle cualquier otra cosa de esas muchas que atormentan a los hombres o desvelan sus sueños. Algunos cabalistas refieren que Dios le dijo, “mira que no pides poco”, pero que, ciertamente, lo complació.
Dejar pasar el río es una metáfora poderosa, sobre todo cuando el río es la vida y todos sus avatares. Intentar detener el flujo de su corriente es vano e inútil, sólo somos una gota en la inmensa corriente que fluye rumbo al mar y que después se disuelve en la nada. Aún así, insistimos; aún así, creemos que podemos incidir; que podemos decidir hacia dónde corre el río; o hacer que su corriente cambie de velocidad, intensidad, e incluso, dirección.
El sapiens no es más que otra sabandija planetaria de las muchas que habitan la Tierra; una que, por una extraña coincidencia, le dio por caminar erguida una tarde en la sabana africana. Me gusta pensar que eso ocurrió a orillas del lago Turkana y que Lucy fue tan sólo una pobre niña que quedó atrás… mientras también soñaba con cielos y diamantes, como aseguraron los Beatles, millones de años después.
Caminar es la forma más pura de fluir –cual la corriente del río–, la otra sería aceptar que las cosas ocurren, no porque sí o porque no; o porque hay un plan; o porque existe el libre albedrío. Las cosas ocurren porque ocurren, y ya. Lo demás son subterfugios epistemológicos para entender y explicar la realidad.
El semáforo da el verde, el guagüero necio empieza a tocar bocina, la corriente contenida se desparrama en la avenida, y yo fluyo con ella, sumergido en el caos más hermoso… el de la vida.