Por Wanda Espinal
El otro día estaba atareada resolviendo algunos trámites en varias oficinas públicas. Si has tenido que hacer algo así, sabes que en la República Dominicana puede ser bastante tedioso. Esta era la cuarta oficina a la que me enviaban, y ya era casi mediodía.
La señora que me recibió lo hizo con mala cara, y en mi mente pensé: «ya empezamos mal». Como niña buena, me senté donde me indicó y no me atreví a decir nada hasta que ella tomara la iniciativa. Con un gesto, señaló los papeles que yo tenía en la mano y me indicó con un dedo que los colocara en la esquina izquierda de su escritorio. Ella seguía revisando algo en la computadora, y yo, aunque estaba desesperada, traté de que no se me notara.
De su celular se podía escuchar sutilmente el sonido de algunas baladas. Reconocí una de ellas y sin pensarlo dos veces, la empecé a tararear: «Azul» de Cristian Castro. La señora me miró con una sonrisa y me preguntó que cómo, siendo tan joven, me sabía esa canción. Me sorprendí, primero porque ella estaba sonriendo y segundo porque me había dicho «joven».
Ese pequeño momento bastó para que aquella mujer de ojos marrones y cabello rubio,
Mientras escribía este texto, no pude evitar pensar en las pequeñas cosas que pueden hacer una gran diferencia. Nunca imaginé que tararear una canción haría que alguien me ayudara a resolver un asunto con tanta agilidad. Y es que más allá de la lentitud en los servicios públicos, este encuentro hizo que me preguntara: ¿Qué pasaría si en lugar de enfocarnos en el mal servicio, nos detuviéramos a pensar que quizás la persona que nos atiende está atravesando por algún problema?
La vieja frase «los problemas de la casa se quedan en la casa» a menudo ignora la complejidad de ser humanos. Es imposible dejar nuestras preocupaciones a un lado mientras estamos en otro de los tantos roles que nos toca desempeñar. Tal vez, un simple gesto, una palabra amable o, en mi caso, una canción, es todo lo que se necesita para cambiar el día de alguien y, de paso, cambiar el nuestro también.