Por: Ana Vargas.
Hay cosas que no se compran, ni se prestan, una de ellas es el amor verdadero. Ese que no se mide en regalos caros ni en grandes gestos, sino en los pequeños detalles del día a día.
El que te abraza cuando estás cansado, te escucha cuando no tienes ganas de hablar, y te acompaña aunque no haya palabras. Ese amor que no pide nada a cambio, solo estar.
Un amor sin precio es el que nace desde el corazón, sin condiciones. Es el de una madre que se desvela por su hijo, el de un amigo que aparece sin que lo llames, o el de una pareja que sigue eligiendo cada mañana, aun con las arrugas del tiempo. Es ese sentimiento que no entiende de relojes, que no se agota, que se da entero.
En un mundo donde todo parece tener un valor y un costo, este tipo de amor se vuelve un tesoro. No lo ves en vitrinas, pero se siente en un “cuídate”, en una sopa caliente cuando estás enfermo, en una mirada que te calma sin decir nada. Es amor que no se compra, pero que vale más que todo lo que el dinero pueda ofrecer.
Cuidemos ese amor. No lo demos por sentado, no lo dejemos para después. Porque quien ama así, sin medida y sin condiciones, es un regalo que la vida nos da. Y cuando encontramos ese tipo de amor, lo único que podemos hacer es abrazarlo fuerte y devolverlo igual de sincero.