Como desde muy niño, por una razón que jamás he logrado entender, decía a mi madre que iba a morir a los 65 años porque “eran demasiados”. Esta madrugada, mientras colaba el primer café del día que aún no era, luego de confirmar que efectivamente estoy vivo, decidí celebrar la vida. Al fin, pensándolo bien, las Paola ya son mujeres bien encaminadas, McKINNEY en Color Visión navega sin graves tempestades financieras, mis “Palabras para ZOL” continuarán, como han continuado mis cronicantos y comentarios para el Listín Diario y tantos otros medios de comunicación durante los últimos treinta años que se cumplen en noviembre.
Es la hora de celebrar la vida como un bendito regalo o el inicio de un largo adiós, hasta tanto Dios lo dé por terminado; hora de acudir con más fe a “la Peña de los muertos de hambre”, y hacerle coros al alma de Vítico, quien por fastidiarme la noche comenzará a cantar, ¡ay!, “Pregúntale a la brisa de la tarde…”.
Ahora es el tiempo de escribir los proyectos literarios tantos años archivados, viejos papeles, recuerdos santos, santos amores bienvenidos o impertinentes, a veces contrariados. Es la hora de reenviar “siguiendo el debido proceso”, aquella novela de García Márquez, que cuenta un amor y dos vidas que debieron ser las nuestras, y no lo fueron por un desliz y una torpeza que todavía lloran en Marocha, si existiera.
Con 66 años cumplidos es hora de comenzar a disfrutar los últimos versos de un libro que terminar. A partir de ahora… “todo el poder no será para las masas”, (al fin, revisada la historia sabemos que las masas nunca llegan al poder), sino para mis días y algunas noches. Y finalmente, gracias, gracias por tanta mano amiga, y hasta por el odio que con sus golpes bajos nos hizo más fuertes. (Así se templa el acero, decía Ostrovski).
Gracias a la familia, a esos veraces y escasos amigos que a uno todavía le quedan, y especialmente gracias a dos señoras madres, Enilda y Esperanza, que me regalaron a mis Paola que, ya ven, desde Londres o Navarra, todavía corren hacia los brazos de su padre, sabiendo como saben que tiene las manos vacías. Como en el comercial de El Nacional, “Eso se llama triunfar”, o como dicen en Sevilla, “miarma”: ¡Y a vivir que son dos días!