Por: Yameirys Acevedo
El feminicidio es una tragedia que trasciende las fronteras de la violencia física y llega al corazón mismo de nuestra humanidad. No se trata solo de un crimen, sino de un síntoma alarmante de una cultura estructuralmente machista que deshumaniza a las mujeres, reduciéndolas a objetos de posesión, y que, al no ser confrontada, perpetúa la tragedia generación tras generación. Cada mujer asesinada no es solo una vida arrebatada, es una familia rota, una comunidad desmembrada, una historia truncada.
Es imposible ignorar la magnitud de la responsabilidad colectiva que debemos asumir. Las cifras, que nos llenan de indignación y tristeza, reflejan una realidad que no puede ser silenciada más. La lucha contra el feminicidio exige no solo leyes más estrictas, sino un compromiso firme con la transformación cultural, donde la equidad, el respeto y la dignidad se conviertan en pilares fundamentales de nuestra convivencia.
No basta con un sistema judicial que castigue, ni con una policía que reaccione. Es esencial una sociedad que prevenga, que eduque desde la raíz sobre los derechos de las mujeres, que empodere y que, ante cada caso de violencia, se pregunte qué más pudo haber hecho para evitarlo. El feminicidio es la manifestación más extrema de la desigualdad y la indiferencia, y solo a través de un cambio profundo y sostenido en nuestras actitudes, valores e instituciones, lograremos erradicarlo.
Es hora de que cada feminicidio no sea solo un titular más, sino un llamado urgente a la acción. Las vidas de las mujeres valen más que cualquier costumbre o estructura que promueva su opresión. El futuro que aspiramos debe ser un futuro libre de violencia, donde todas las mujeres, sin excepción, podamos vivir en seguridad y dignidad.