Por: Wanda Espinal.
El otro día, exploraba el tercer pasillo de una tienda de administración extranjera, se me escaparon dos lágrimas pesadas mientras escuchaba algo que pasaba al lado.
En el cuarto pasillo, fui testigo de una conversación muy dolorosa entre una madre y su hijo. El niño lloraba desconsoladamente.
Todo comenzó cuando la madre le preguntó qué quería pedirle a los Reyes Magos. El niño, confundido, le preguntó cómo era eso. Entonces, la madre le explicó que los Reyes Magos no existían y que los regalos siempre los compraba ella. El pequeño no pudo contener el llanto.
Entre sollozos, escuché al niño reprocharle a su madre que todos los años había sido bueno y que la yerba, el agua y los dulces que dejaba habían sido en vano. Me cambié de pasillo, indignada al ver a una mujer rubia balanceando su vestido verde al ritmo del merengue que sonaba en los altavoces, burlándose del niño y repitiendo que los Reyes Magos no existían. El pequeño parecía incrédulo y profundamente herido.
Casi a la fuerza, la madre lo llevó hasta el pasillo de las bicicletas y los carros de juguete. Los perdí de vista, pero la sensación de dolor persistió. Sentía que no era el momento ni la manera adecuada de revelarle esa verdad a un niño de seis años.
Creo firmemente que debemos preservar la inocencia de los niños hasta que sean capaces de entender ciertas realidades sin sufrir traumas. Cada etapa de su desarrollo emocional es importante y debe ser respetada.