Por Wanda Espinal
El otro día tuve una revelación, parece que estamos programados para una rutina interminable de trabajo, trabajo y más trabajo…
Este fin de semana largo, estaba conversando con alguien sobre la vital importancia del descanso, al cabo de un rato se unieron otras personas a la charla. Sorprendentemente, algunos admitieron sentirse incómodos con el descanso.
Al explicar su perspectiva, varios compartieron que la cultura del trabajo duro se había inculcado en ellos desde muy temprana edad, donde quejarse de la exigencia era impensable. Algunos incluso tenían sus propios negocios, los cuales demandan una dedicación constante que les hacía creer que no podían permitirse, o simplemente no sabían cómo encontrar, esos momentos de desconexión.
Aunque sé que esta realidad es compartida por muchísimas personas, me cuesta asimilarla por completo. Soy partidaria de la necesidad de tomar respiros; el cuerpo se agota, las emociones se acumulan e, inevitablemente, la vida sigue su curso.
Uno del grupo compartió una anécdota impactante. Un familiar suyo, se mantenía en constante atención a sus propiedades, jamás se permitió vacaciones para viajar, conocer lugares nuevos o simplemente descansar. Una enfermedad lo sorprendió y su paso por este mundo concluyó rápidamente. Al final, todo quedó atrás, siguiendo su ritmo.
Después de intercambiar anécdotas personales, situaciones laborales, risas y momentos de profunda reflexión, todos brindamos simbólicamente, comprometiéndonos a dar pequeños pero significativos pasos hacia la búsqueda de esos necesarios espacios de descanso y conexión con nuestro ser interior.