Por: Ana Vargas.
En este mundo tan acelerado, donde todo parece medirse por lo que se tiene o se aparenta, a veces se nos olvida lo más importante: ser. Ser uno mismo, con nuestras luces y sombras, con nuestras caídas y levantadas. No hay título, cuenta bancaria o reconocimiento que valga más que vivir con honestidad y en paz con uno mismo.
La humildad no es hacerse menos, es saber que todos estamos en construcción. Hoy estás arriba, mañana tal vez no. Y eso está bien. La vida da muchas vueltas, y cuando se vive con humildad, uno se adapta mejor. Se escucha más, se juzga menos, y se aprende con el corazón abierto. Las personas humildes no necesitan gritar quiénes son, su presencia lo dice todo.
Respetarse a uno mismo es clave. No se trata de ser perfecto, sino de no traicionarse. Saber decir no cuando algo no nos hace bien. No quedarse donde uno no se siente valorado. No callarse lo que duele solo para complacer a otros. El respeto comienza en casa, en nuestro interior. Quien se respeta, vive más libre, y también sabe respetar a los demás.
La empatía, esa capacidad de ponerse en los zapatos del otro, es lo que más falta hace hoy. Juzgamos sin saber, señalamos sin conocer la historia completa. Pero si respiramos un poco antes de hablar, si miramos con el corazón, quizás entendamos más y critiquemos menos. Todos cargamos con algo, y a veces un gesto amable puede cambiarle el día a alguien.
Y al final, todo pasa. Lo bueno y lo malo. Las alegrías, las penas, los triunfos y los fracasos. Todo es parte del camino. Lo que queda es cómo vivimos, a quién tocamos con nuestras acciones, qué dejamos en los demás. Por eso, seamos más humanos, más sensibles, más presentes. No hay nada más valioso que ser, y ser bien.