Por Wanda Espinal.
El otro día, estaba en el tercer piso de una clínica esperando mi turno para una consulta médica.
Mientras observaba a las personas pasar, noté a una niña inquieta. Su madre le ofreció un biberón con leche y le preguntaba si tenía sueño. La niña lloraba, a veces fuerte, a veces suave. La madre comenzó a acariciarle el cabello, a darle unos masajitos en la espalda, y luego le dio un besito en la boca.
Eso me hizo recordar algunas conversaciones pasadas con amistades sobre este tema. Personalmente, estoy firmemente en contra de que los padres besen a sus hijos en la boca.
En una de esas discusiones, yo defendía mi postura desde el punto de vista cultural, sé que en algunos países es visto como algo normal, una expresión de cariño sin segundas intenciones. Pero, en mi opinión, este tipo de gestos puede generar confusión a medida que el niño crece y empieza a entender los límites sociales y personales.
Un joven que estaba por esa misma área confesó que, en una ocasión, intentó besar a su hija en la boca, pero algo lo detuvo. Dijo que sintió un freno interior, como si no fuera correcto.
Curiosamente, un médico que estaba llegando vio aquella acción y nos escuchó hablando, se acercó y con una sonrisa de complicidad dijo “Además, médicamente yo no estoy de acuerdo. Los adultos tenemos bacterias para las que el sistema inmune de los niños no está preparado, y si a eso le sumamos el riesgo de transmitir herpes, la situación se complica.”
Dio un toque en la mesa de la secretaria, y entró a su consultorio.
Salí de la clínica con esa escena en la mente. No se trata de juzgar, sino de reflexionar sobre la forma en que expresamos el amor a nuestros hijos.
Antes de escribir este texto, para tener una visión diferente le pregunté a la IA qué opinaba, y terminó diciendo que: El cariño no se mide por dónde se besa, sino por el respeto con el que se cría.