Por Wanda Espinal
El otro día estaba sentada en la terraza del lugar al que, por ahora, llamo hogar.
El viento soplaba con fuerza, así que era una buena excusa para poner una greca. Cualquier cosa es una excusa.
Cuando estuvo lista, llené la mitad de mi taza blanca con leche. Sabía que estaba caliente y que me quemaría la lengua, pero aun así me encanta sentir el calor de los primeros sorbos.
Luego, mis pensamientos se fueron lejos y me pregunté: ¿Cuánto nos tiene que pasar para que empecemos a prestar atención a nuestra salud? ¿Cuánto podemos aguantar?
El cuerpo nos va dando señales: lo que antes no dolía, ahora duele; lo que antes olía de una forma, ha cambiado. Antes comíamos algo y todo estaba bien, pero ahora el cuerpo reacciona diferente.
Sin embargo, no le prestamos atención a esos cambios. Quizás por el afán del día a día, tal vez por miedo a que nos confirmen alguna sospecha, o porque en el trabajo ponen trabas para darnos permisos. A veces, simplemente, por no comprometer nuestra economía.
Para mí, no hay excusas para postergar la búsqueda de una solución a cualquier malestar que identifiquemos. Y aunque no notemos cambios repentinos, cada año deberíamos hacernos un chequeo general.
Mi abuela decía: “El pasmo, con tiempo, tiene cura”. Hoy quiero invitarte a pensar más en tu salud. Lo que sea que sientas tendrá solución, y mientras más rápido actúes, mejor.